martes, 27 de octubre de 2009

Vivir de cara al Padre - Horacio Bojorge

Vivir de cara al Padre
Presentación
R. P. Horacio Bojorge, SJ


Presentación del nuevo libro del P. Bojorge “Vivir de Cara al Padre – Nacidos de Nuevo y de lo Alto”, que tuvo lugar el viernes 16 de octubre del 2009, en la sede del Instituto de Filosofía Práctica, Viamonte 1596, Piso 1º (esquina Montevideo) Buenos Aires.

Un público numeroso colmó el lugar, siguiendo atentamente las palabras del presentador, el Dr. Gerardo Palacios Hardy, para luego escuchar al Padre Horacio Bojorge. Tal como nos tiene acostumbrados, fue una exposición contundentemente iluminadora y sustanciosa. Es que el Padre Bojorge es una verdadero Maestro, en el sentido escolástico del término.

La reunión se extendió amablemente entre dedicatorias escritas por el Padre a los que llevaban su nuevo libro, y un ameno vino de honor que como un sello amistoso cerró el encuentro.


Saludo Inicial.

Este librito que presento esta noche se ubica en un itinerario personal, espiritual y pastoral. Pasados los años y mirando hacia atrás, puedo reconocer el camino que se le trazó a mi predicación y a los escritos nacidos de ella. Porque Vivir de Cara al Padre. Nacidos de Nuevo y de lo Alto, es también, como otros títulos que lo anteceden: [- El Anuncio del Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas y las Elevaciones al Padre Nuestro -] el resultado de la predicación, especialmente en retiros espirituales.

Los que, entre Ustedes, hoy aquí presentes, han seguido los títulos que se han ido publicando durante los últimos quince años, recordarán el itinerario recorrido. Para los que no los conocen vuelvo a bosquejar el itinerario.

Primero fueron algunos escritos y libros que tratan de lo que fui aprendiendo, - no dudo que iluminado y guiado por el Señor en el estudio de los tesoros de la tradición -, sobre los impedimentos que hay en el corazón humano para que amemos a Dios. Impedimentos con que los sacerdotes nos enfrentamos y luchamos en nuestra tarea entre las almas, pero que también experimentamos en la nuestra.

Así fue cómo escribí primero algunos folletitos sobre la Indiferencia y la apostasía[1] y luego dos libros sobre la acedia[2] y otro sobre los vicios capitales[3], que son los efectos lógicos de la acedia. Junto con el carácter demoníaco de estos obstáculos espirituales para amar a Dios, redescubrí la importancia y la actualidad y suma utilidad del poder de expulsar demonios con que Jesús dotó a los que enviaba a anunciar el evangelio.

Luego se me dio a sentir que ya era hora de ocuparme de llamar, a pesar de todos los impedimentos, y quizás por eso mismo con oportunidad o sin ella y a los gritos, al amor a Dios…

… de invitar al amor a Dios y de escribir sobre el amor a Dios. Y entendí que debía presentar este camino del amor a Dios tal como Jesús lo presenta en el Sermón de la Montaña, en las Bienaventuranzas y en el Padrenuestro.

Fruto de esas predicaciones vinieron entonces tres libros dedicados a mostrar el camino de la vida y de la oración filial, el camino para vivir y orar como el Hijo, para vivir y orar como hijos: Anuncio del Sermón de la Montaña, Las Bienaventuranzas y ¡Upa Papá! Elevaciones al Padre Nuestro[4]. En ellos expuse el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, la esencia de cuyo mensaje consiste en revelarnos que Dios es su Padre y puede ser el nuestro también.

Posteriormente me sentí impulsado a predicar y a escribir sobre el amor humano. Porque si el río del amor creado se corta de su fuente celestial y divina, le pasa lo que a cualquier río, queda sólo el “lecho” y una sed que no se logra apagar con nada. La relevancia del mensaje sobre el amor divino, quedaba así corroborada, por ser la condición de posibilidad del logro y feliz término de los amores humanos.

El primer libro sobre este tema fue La casa sobre roca. Noviazgo, amistad matrimonial y educación de los hijos. Y el segundo, de carácter testimonial, fue un documento, el epistolario amoroso que presenté con el título de “José y Felicita. Una Historia de Amor. Cartas 1925 – 1932”.

Me pregunto si en algún momento, se completará también una trilogía sobre este tema del amor humano, caído y sanado, santificado y sacralizado por Dios.

Llegamos así al título que les presento esta noche. Para ubicarlo en el itinerario recién trazado, tenemos que volver atrás, de alguna manera, para retomar el tema del amor a Dios en la clave de la Revelación de Jesucristo en su Sermón de la Montaña.

Pensaba yo que mis exposiciones del evangelio filial habían concluido con la trilogía formada por el Anuncio, las Bienaventuranzas y el Padre Nuestro, que terminaron de salir de prensa hacia fines del 2004.

Pero del 2005 hacia acá, empecé a abrir los ojos para percibir ciertos fenómenos que a partir de la publicación de la trilogía fui percibiendo con mayor claridad. El libro que presento hoy nace del proceso que comenzó entonces y viene, con cierto rezago, a completar lo expuesto en la trilogía del Sermón de la Montaña.

Ciertos hechos a los que me referiré a continuación, me fueron convenciendo de la necesidad de insistir sobre la doctrina revelada de la vida cristiana como vida filial. Y consecuentemente en empeñarme y luchar por la explicitación del Nombre del Padre.

Un primer hecho fue que la trilogía sobre el Sermón de la Montaña no tuvo el eco que yo esperaba ni concitó la atención entusiasta que yo me auguraba.

Si los libros sobre los impedimentos al amor de Dios habían tenido tan entusiasta recepción y se les había reconocido tanta utilidad, yo esperaba que la presentación positiva del camino del amor filial sería objeto de una entusiasta bienvenida. Sin embargo, no fue tan así. Y esto me dio un primer motivo de intriga y de reflexión.

Vivir como el Hijo, vivir como hijos; orar como el Hijo, orar como hijos, era el horizonte espiritual cristiano, que yo había aspirado a presentar con la trilogía sobre el Sermón de la Montaña. Pero numerosos ambientes eclesiales parecían no conmoverse, en la práctica, ante esta sabiduría revelada por el Hijo acerca del Padre y que me resultaba tan necesario reexponer.

No entendía, y me debatía por entenderlo, el porqué de esa cierta indolencia en la recepción que me hacía llegar un mensaje de “déjà vu” para una enseñanza que a mí, personalmente, me deslumbraba con un brillo de “lo nunca antes visto ni entendido”. “Lo nunca entendido antes” parecía caer como noticia vieja, en un terreno donde todo el mundo parecía estar ya enterado.

El discurso evangelizador de Jesús en el Sermón de la Montaña no era un “best seller” ni entre los mismos creyentes convencidos. A fuerza de darle vueltas a la reacción que suscitaba en algunos, he podido ubicar esta perplejidad paralizante, no sin sorpresa, en la misma línea de la extrañeza que produjo en su tiempo la predicación del Hijo de Dios en el Sermón de Monte: “Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedó extrañada con su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus maestros”[5]. Lo que le pasó a Jesús con el Sermón de la Montaña, pasará siempre y en todo tiempo y lugar, me dije.

Hay hoy muchos maestros de cristianos, que ya no enseñan lo mismo que Jesús ni de la misma manera, de modo que los católicos formados en sus cátedras, y yo entre ellos, encontramos extraño el mensaje cristiano original y sin glosas, por resultarnos ajeno a lo que siempre hemos oído y entendido.

Fui cayendo en la cuenta, progresivamente, de que si bien Jesucristo enseña claramente que “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti [Padre], único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”[6]; y de que él se presenta a sí mismo solamente como “revelador del Padre”[7] y “Camino al Padre”[8], sin embargo, en muchas presentaciones eclesiales y eclesiásticas de su evangelio, el Padre suele estar ausente, implícito, o ser objeto de menciones puramente formales.

Esto es observable en el discurso catequístico, o de las “pastorales especiales” (juvenil, matrimonial, de la vida consagrada…) y aún en documentos como el Mensaje final de Aparecida (aclaro que no me refiero al Documento final, sino al Mensaje final previo al Documento).

El silencio sobre Dios Padre es un hecho que han comprobado, por otra parte, algunos centinelas vigilantes de la bibliografía teológica y espiritual. El Emmo. Cardenal Josef Cordes, se asombra, en su obra “El Eclipse del Padre”, del silencio acerca del “Nombre del Padre” reinante en la literatura teológica contemporánea. Dice el Cardenal Cordes: “Cuando se pregunta a grandes teólogos contemporáneos de ambas confesiones (protestantes y católicos) por el Padre de Jesucristo, se obtiene una perspectiva sorprendente: los investigadores piensan más frecuentemente y más expresamente en ‘Dios’ que en el ‘Padre eterno’. Si se hace una estadística sobre las veces que en la relación Padre-Hijo utilizan en sus investigaciones la palabra ‘Padre’, ésta queda desconsoladoramente relegada”[9].

Estos dichos del Cardenal Cordes corroboran con autoridad académica lo que en mí venía siendo una sensación creciente pero cuya objetividad yo ya no estaba en condiciones de comprobar y convalidar.

De hecho sólo han llegado a mi conocimiento dos obras teológicas de importancia que se ocupen del Padre. Una es la del redentorista François-Xavier Durrwell, El Padre[10]. Otra la del dominico francés M. J. Le Guillou, El misterio del Padre. Fe de los Apóstoles. Gnosis Actuales. Cuya traducción aparece en la editorial Encuentro en 1998, un cuarto de siglo después de su original francés.

Según el teólogo dominico J.M. Le Guillou, que percibía el silenciamiento del Padre ya en los años 1970[11], las corrientes gnósticas modernas y modernistas, infiltradas en los ambientes católicos en forma de secularismo y de sentido común modernista, han dado lugar a lo que él llama “jesuanismo”, una actitud religiosa de corte gnóstico que, - son sus palabras – “Sitúa […] a Cristo no con el Padre, sino en lugar del Padre. De ese modo se ve diseñar vagamente una especie de cristicismo o de jesusismo (dejando en silencio generalmente el nombre del Padre) que trata de hacerse pasar por el verdadero cristianismo”[12].

La obra del P. Le Guillou me resultó iluminadora, porque me enseñó a situar el silencio acerca del Padre, difundido por vía de implicitación, en el contexto de la historia de la teología católica y de las herejías.

Fui entendiendo así, mejor, lo que hay detrás de un Jesús sin Padre, sin relación al Padre, que se convierte, por eso mismo, bajo pretexto de cristocentrismo, en el horizonte último de la predicación y por lo tanto de la fe. Me encontré así sorpresivamente re-puesto a mí mismo ante la misma situación de conflicto que llevó al Hijo de Dios a decirle a sus oyentes: “No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”[13]. “El Padre y yo somos uno”[14].

Se aplicaba también a esta situación, clarificándola, lo que dice San Pablo “¿Cómo creerán si no se les predica?”[15]. Y si se les predica un Cristo sin Padre ¿Es ése el verdadero Cristo? ¿O es un impostor fraguado, desvirtuado, o desfigurado, light o delicuescente?

Hay que decir con toda claridad que este Jesús sin Padre, ya no es el Jesús verdadero, sino una figura impostora que se coloca en su lugar, diciendo “Yo soy”, pero que ya no es él. Y así es posible entender por qué, en una época donde se aspira a un mayor cristocentrismo en la evangelización, en la catequesis, en todas las ramas de la pastoral y en la teología, el Cristo que ocupa el centro, puede ser un Cristo sin Padre, y hasta puede llegar a desplazar al Padre del trono central que le corresponde. Es un Cristo que ya no está sentado a la derecha de nadie.

Era por otra parte algo que había predicho el mismo Hijo de Dios y que empezaba a percibir que sucedía ahora delante de mis ojos: “Mirad que nadie os engañe. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo ‘Yo soy’ y engañarán a muchos”[16].

El Jesús sin Padre es pues una de las formas actuales de la impostura del Anticristo que estamos viendo difundirse y engañando a muchos, incluso letrados y maestros.

[Y me permito una aclaración por si es necesaria para alguien de los presentes: entiendo al Anticristo como un opositor a Cristo, pero que no se le opone abierta y frontalmente, sino por impostura. Ataca al Cristo haciéndose pasar por él].

Invocar a un Jesús del que se silencia la condición de Hijo de Dios, es ya una falsificación engañosa del nombre y de su identidad, una corrupción de su verdadera esencia. Porque la Persona del Hijo de Dios que asume la naturaleza humana, es relación sustancial con el Padre, de la que su naturaleza humana entra a tomar parte. Cuando se desconoce su relación al Padre, en la que ha sido asumida la naturaleza humana, se desconoce la identidad de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios vivo y se ignora su verdad.

Recuerdo haber asistido en esos años, en que iba madurando en mí la reflexión sobre el silenciamiento del Padre, a una reunión de “agentes de pastoral” en una diócesis del interior del Uruguay. En esa reunión, una religiosa, encargada de orientar la pastoral juvenil, expuso un discurso evangelizador que aspiraba a ser “cristocéntrico”, pero en cuyo centro había un Jesucristo sin Padre. Me atreví a hacer notar la conveniencia de hacer explícito lo que quedaba implícito. La respuesta fue un “¡por supuesto!”. Como si se me dijera: “¡pero qué tontería! ¡qué necesidad hay de decirlo!”. Precisamente eso era lo que consideraba necesario decirle: “que había necesidad de explicitar al Padre en toda presentación evangelizadora de su Hijo Jesucristo dirigida a sus jóvenes. Y que, de no hacerlo, se les amputaba la vía de acceso al conocimiento de Jesús como hijo y por lo tanto a la vida filial, a la justicia del Reino de los cielos y al cumplimiento de la voluntad del Padre”.

Algo parecido me sucedió en un Congreso internacional convocado en preparación de la Conferencia de Aparecida. Acudí con la inquietud de la que vengo hablando, convertida ya en una daga en el corazón. En un grupo de trabajo durante ese Congreso, sufría interiormente ante el mismo silenciamiento del nombre del Padre en el discurso grupal, donde se hablaba y discutía acerca de los contenidos prioritarios que debía tener la nueva evangelización a la que se iba a convocar en Aparecida. Cuando en determinado momento señalé la necesidad de un anuncio más explícito del vínculo de Jesús con el Padre, me respondieron con el mismo “¡por supuesto!” pero esta vez, no la encargada de la pastoral juvenil de una parroquia, sino ¡un Señor obispo!

No me asombra que el jesuanismo, o cristicismo pastoral, sea frecuente en la propuesta de las sectas y comunidades protestantes. Pensemos en lo que se oye predicar en algunas carpas y audiciones radiales de predicadores protestantes, donde todo se queda en el anuncio de Cristo “tu salvador personal”, sin referencia al Padre ni a la entrada en comunión con Él, como punto de llegada de la salvación que se anuncia. A estas presentaciones subyace una cristología arriana y modernista.

Pero sí me aflige que el mismo mal se haya venido extendiendo y penetrando subrepticiamente también en el sentido común de los católicos, clero y teólogos incluidos. Los remito a su experiencia propia como oyentes de la predicación habitual en nuestros templos.

Me ha llamado dolorosamente la atención, en este sentido, el Mensaje final de la Conferencia de Aparecida, - aclaro que no me refiero al Documento final de la Conferencia, sino al Mensaje final, de alguna manera provisorio, redactado por una Comisión ad hoc – me ha llamado la atención, digo, que, en ese Mensaje, a diferencia del posterior Documento, el Padre ha quedado relegado a la región de los implícitos en toda la primera parte, la doctrinal-kerygmática, en la que se presenta a Jesús (10x) o al Señor Jesús (1x) o a Jesucristo (4x).

En este Mensaje, que tengo entendido que fue redactado por un renombrado teólogo argentino, se nombra al Padre solamente ¡tres veces! Pero ni una sola vez se lo nombra en la primera parte, donde, precisamente, se presenta al Jesucristo que debe ser anunciado en la nueva evangelización a la que envían los obispos reunidos en Aparecida.

Y las únicas tres veces que se nombra al Padre es sin relación con la presentación de Jesucristo. Recién se lo nombra después de pasado el momento doctrinal-kerygmático, en un contexto parenético (exhortativo), en los números cuarto y quinto. De modo que el Jesús (10 x), o Jesucristo (4x) o el Señor Jesús (1x) del Mensaje, es presentado sin referencia explícita a su Padre y nunca se explicita su condición de Hijo de Dios. Se lo presenta predominantemente como Jesús, el histórico, el de Nazaret, el humano, es decir dejando implícita su condición filial y mesiánica y por lo tanto su relación personal sustancial, constitutiva e individuadora, con Dios Padre. Se suscita fundadamente un interrogante: ¿Acaso tiene Jesús únicamente una naturaleza humana?

El contraste entre el discurso de este Mensaje con el discurso inaugural de Benedicto XVI, es llamativo. Porque Benedicto XVI anuncia reiterada y explícitamente al Padre como la meta del proceso evangelizador al que convoca la Conferencia de Aparecida y se refleja, efectivamente, en el Documento final. Lo menos que puede decirse es que el autor del Mensaje no recogió este aspecto central de la fe, cuya centralidad subraya el magisterio pontificio.

Todos estos hechos, que se fueron escalonando a lo largo de los años 2004 al 2008, me iban confrontando con un hecho innegable pero por lo común no reconocido y en muchos casos negado taxativamente. “Existe hoy una extendida implicitación del nombre del Padre en la proclamación del kerigma cristiano y en la presentación de la figura del Hijo de Dios hecho hombre”.

Y eso es algo grave. Porque lo que no se explicita no se predica y lo que no se predica no se cree. [o no se lo predica porque no se lo cree], y lo que no se cree no se vive.

Y, [duele decirlo, pero es necesario hacerlo para que se advierta la gravedad del hecho], si no se advierte que se lo está silenciando, es porque no se lo ama.

Aunque se esté dispuesto a profesarlo, a pedido, con la boca, el corazón no reclama nombrarlo. No se lo predica porque no se lo considera necesario ni se lo cree con el corazón, que significa creer amorosamente. Y si no se cree en el Padre amorosamente y con el corazón, ¿cómo se podrá alcanzar, alguna vez, la justicia filial?[17]. Si es verdad que “de la abundancia del corazón habla la boca”[18]. ¿Qué significa que la boca deje de nombrar al Padre?

Lo más dramático es que los fieles se están perdiendo la dicha de vivir como Hijos, y se estrechan o aún se cortan los canales de la gracia regeneradora que es la que vitaliza al pueblo de Dios.

Jesús vino a explicitar al Padre, porque su corazón vive vuelto de cara a la profundidad del seno del Amor que es el Padre. Pero hoy se escucha a menudo un mensaje que se presenta como el mensaje de Cristo, pero donde el Padre está ausente, por lo menos implícito. Y en momentos en que se envía a una Nueva Evangelización, muchos, aún entre nuestros “sabios”, no reparan en esta mutilación sustancial del mensaje evangélico.

Pero me faltaba quizás recibir más luz todavía acerca de la naturaleza de este fenómeno que me punzaba el corazón desde la oscuridad.

En octubre del año pasado, los amigos Gristelli, de la Editorial Santiago Apóstol y de los Encuentros de Formación San Bernardo de Claraval, me pidieron que diera una conferencia en el Encuentro de Estudios anual, que tuvo lugar en Escobar. El tema que me encomendaron fue: “El liberalismo es pecado”. El tema se me transformó durante la preparación, en este otro: “El liberalismo es el pecado: es la iniquidad. La rebelión contra el Padre”[19]. Mientras meditaba este hecho, pude ir cayendo en la cuenta de cómo, en el itinerario espiritual de la apostasía de nuestra cultura, lo que está implicado en el Jesús sin Padre, es un Jesús contra el Padre.

Porque al dejar de explicitarse su condición de Hijo de Dios, el Jesús Hijo de Dios es suplantado por un Jesús arriano, que personifica al hombre usurpador del lugar del Padre. Es un Jesús impostor, que el Jesús verdadero preanunció que engañaría a muchos: un Jesús sin Padre que se opone al Padre usurpando su lugar. De modo que este Anti-Cristo, este impostor que trae el rostro de Cristo como antifaz, es también un Anti-Padre.

Se me aclaraba la relación que hay entre el rechazo y el silenciamiento de Dios Padre por un lado, con la aspiración de la ideología liberal, que consiste en rechazar toda autoridad divina que limite la voluntad humana. Pero también me quedaba claro, primeramente, por qué una vez desplazado Dios Padre, surge una sociedad y una cultura sin padres. Y, en segundo lugar, por qué la implicitación del Nombre del Padre en el discurso evangelizador y religioso, es un signo del insensible proceso de protestantización del mundo católico.

Vi también con mayor claridad la honda sabiduría y la actualidad de la recomendación de San Juan en su primera carta, cuando describe la actitud que define el corazón filial cristiano: “no améis al mundo… amad al Padre”[20].

Esa es la alternativa, la disyuntiva de hierro. Si los bautizados nos hemos ido mundanizando sin remedio e inevitablemente hoy, - sin excluir a los clérigos y a veces con ellos a la cabeza, y en la conducción - hacia la fosa y el barranco, - si hemos ido aceptando progresivamente y en forma acrítica la cultura mundana, sin que nos ardan ni escuezan sus ácidos anticatólicos, es porque, al perder de vista al Padre, nos hemos extraviado en la feria del mundo, y hemos perdido de vista esta incompatibilidad espiritual implacable, entre los dos amores: al mundo o al Padre.

Creo que con lo que llevo dicho queda dibujado el fenómeno al que quisiera salir modestamente al paso el librito que les presento hoy, y que invita, desde su tapa, a los bautizados, a ponerse a “Vivir de cara al Padre, para nacer de nuevo y de lo alto”.

¿Cómo pretender que se viva como hijo, es decir, de cara al Padre, si no se cree en el Padre? ¿Y cómo pretender que se crea en el Padre, si no se lo predica? La crisis de la predicación produce inevitablemente una crisis de fe. Y la crisis de fe se refleja en la ruina de la vida bautismal, y de la espiritualidad cristiana, católica, auténtica. Hay que empezar, por lo tanto, a predicar al Padre, o a insistir en explicitar al Padre.

No puede haber vida filial si no se predica al Padre y al Hijo. La implicitación del Padre, corta la efusión de la corriente de gracia que vivifica a la Iglesia. Porque siendo el Padre la fuente de la Vida y del Amor, si se lo silencia, y si en lugar del Jesucristo Hijo del Padre, se lo permuta por un Jesús sin Padre, la Iglesia, los fieles, las almas se cortan de las fuentes de la gracia.

Podría continuar, pero creo que con esto he dibujado lo suficiente el fenómeno eclesial al que pretende salir al encuentro este librito. Es un humilde alegato. Quizás un grito en el desierto. Una llamada a volverse filial y fervorosamente al Padre, que nace de mi propia necesidad y es, en primer lugar, exhortación a mí mismo, a vivir en cada momento como hijo y recibiéndome del Padre.

Me restaría quizás exponer a grandes rasgos la estructura de su contenido. Es lo que puede leerse en el texto de contratapa y se advierte recorriendo el índice.

Como otros libros anteriores, éste ha nacido de fichas destinadas a que los fieles que asisten a un retiro, en muchos casos sacerdotes y seminaristas, tengan una guía de la exposición del tema. En este libro he reunido las tres primeras fichas de una exposición del Padre Nuestro.

Santificado sea tu Nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad.

Se le podría preguntar al fiel común, glosando la pregunta de Felipe al Eunuco de la Reina de Etiopía: ¿Entiendes lo que dices? ¿Sabes lo que pides? Y si no sabes lo que pides ¿cómo puedes desearlo en realidad? ¿Qué es lo que en realidad desea el corazón del bautizado cuando ora con estas palabras?

La santidad, el reino, la voluntad de Dios. He ahí tres conceptos centrales de nuestra fe y de nuestra vida cristiana cuyo significado me sentía urgido a explicitar. Porque advertía que al amparo de las vaguedades en la enseñanza habían ido cundiendo las deformaciones acerca de su real contenido. Y esto había acarreado graves daños en la fe y la vida cristiana de los fieles.

El capítulo dedicado a la santidad del Nombre, recupera por eso los dos aspectos esenciales de la santidad divina: trascendencia ontológica y proximidad existencial. El capítulo dedicado al Reino, despeja, siguiendo la enseñanza de la Redemptoris Missio las desviaciones del concepto del Reino de Dios, y lo reconducen a la condición filial. El capítulo dedicado a la obediencia filial, apunta a la vivencia concreta de la espiritualidad filial. A cada uno de estos capítulos corresponde un anexo donde se trata de las desviaciones prácticas correspondientes.

En esos anexos me ocupo de cómo el “ver, juzgar y actuar” fue entendido en sentido modernista, puesto en cuarentena por Santo Domingo y por fin, rescatado por Aparecida, para que, tanto el ver, el juzgar como el actuar, fuesen los de la fe, y no los de una experiencia puramente humana y anterior a la fe, postulada como un propedéutico para llegar a creer y actuar como creyente.

Vinculado con este método estaba el que fue durante años, dogma de la enseñanza catequística, y era la comprensión modernista del “hecho de vida” como punto de partida de la revelación y puerta de acceso al sentido verdadero de la historia sagrada.

En esta obrita, pues, se conjuga por un lado la exposición de las nociones centrales de la santidad del Padre, la vida filial, la obediencia filial; con, por el otro lado, la señalación de algunas desviaciones modernistas que se difundieron bajo forma de métodos de pastoral y catequesis que, en los hechos funcionaban desautorizando la revelación histórica y sustituyéndola por una presunta revelación que sucede “en la vida” y que es posible “ver” y “enjuiciar” dejando en suspenso la fe, por razones de método.

Creo que esas deformaciones “metódicas” modernistas forman parte del “clima” del desafecto moderno hacia Dios Padre, autoridad del Amor divino que da el Ser, y su manipulación de la figura del Hijo para convertirlo en un simple “hombre para los demás”, que viene a ser “un dios que me sirva”.


P. Horacio Bojorge



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Notas:

[1] El Indiferente: ¿Es Indiferente?: La Indiferencia como Estado Espiritual a la Luz de Marcos 1,21-28, en: Documentación Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano, Secretariado General), 6(Oct-Dic 1981) Nº30, pp. 493-514.

[2] 1) En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia. Ensayo de Teología pastoral. Editorial Lumen, Buenos Aires, 1999.
2) Al que siguió completándolo: Mujer: ¿Por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia. Editorial Lumen, Buenos Aires, 1999

[3] El lazo se rompió y volamos. Vicios capitales y virtudes. Grupo Editorial Lumen, Buenos Aires – México, 2001.

[4] 1) Primero se publicó: Las Bienaventuranzas. Comentario espiritual. Vivir como el Hijo, vivir como Hijos. Grupo Editorial Lumen, Buenos Aires – México, 2003.
2) Luego: Anuncio del Sermón de la Montaña, Vivir como el Hijo, vivir como Hijos, En cinco lecciones. Grupo Editorial Lumen, Buenos Aires – México, 2004.
3) Y por último: ¡Upa Papá! Elevaciones al Padre Nuestro. Orar como el Hijo, orar como Hijos. Grupo Editorial Lumen, Buenos Aires – México, 2004

[5] Mateo 7, 28-29; ver Marcos 1, 22; Lucas 4, 12; 7,1

[6] Juan 17, 3

[7] Juan 1, 18: “A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único que está vuelto hacia el seno del Padre, él nos lo ha contado, explicado” (exegésato)

[8] Juan 14, 6: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, Nadie va al Padre si no es por mí, Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre ”

[9] Mons. Paul Josef Cordes, El Eclipse del Padre, Ed. Palabra, Madrid 2003, cita en p. 167

[10] François-Xavier Durrwell; Nuestro Padre, Ed. Sígueme, Salamanca 1992; Der Vater Gott in seinem Mysterium. - St. Ottilien : EOS-Verl., 1992. - 399 S.; (ger / dt.) ISBN 3-88096-670-2

[11] M. J. Le Guillou O. P., Le Mystère du Père. Foi des Apôtres, gnoses actuelles, Fayard, Paris 1973, 291 pp.

[12] M. J. Le Guillou O. P., El Misterio del Padre. Fe de los Apóstoles. Gnosis Actuales. Ed. Encuentro, Madrid, 1998, cita en p. 196

[13] Juan 8, 19

[14] Juan 10, 30

[15] Romanos 10, 14

[16] Marcos 13, 5-6

[17] Romanos 10, 9-10

[18] Cfr. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón, saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de la abundancia de su corazón habla su boca” Lucas 6, 45

[19] Editorial El Alcázar, Buenos Aires, 2008, 52 págs.

[20] 1ª Juan 2,




viernes, 16 de octubre de 2009

Caminos laicales de perfección - Final - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


Final


Laicos con muchas ayudas

Son muchos los cristianos laicos, gracias a Dios, que, buscando la perfección de la santidad en el tejido ordinario de su vida diaria, se ayudan además por la afiliación a una asociación de fieles, se comprometen así de algún modo a una cierta regla de vida, e intentan seguir un camino espiritual determinado, con la ayuda común de sus hermanos y la más específica de un director espiritual.

Eso, pues, que ya hacen, eso es lo que yo aquí he explicado y recomendado, apoyándome en la tradición católica.


Laicos con pocas ayudas

En este sentido, las consideraciones que he desarrollado hasta aquí pueden, más bien, tener especial interés para aquellos cristianos que, buscando la santidad, no reciben de Dios la gracia de buscarla en una asociación de perfección laical; o bien, si están integrados en alguna, sienten, sin embargo, la necesidad interior de fortalecer su vida espiritual con otros medios muy valiosos, no incluidos suficientemente en su asociación.

Y entre los laicos que buscan la perfección, se diría que son muchos los que se encuentran en esta situación. Pues bien, para estos cristianos, la consagración, la regla de vida, el voto, la dirección espiritual, todos estos medios santificantes o algunos de ellos, pueden ser grandes dones de Dios providenciales, que faciliten mucho su camino hacia la santidad.


Muchas ayudas posibles

Es indudable que el Espíritu Santo ha suscitado en el siglo XX una gran variedad de modos para promover la santificación de los laicos. Y no solamente en los movimientos y asociaciones seglares, sino también -y a veces al mismo tiempo- a través de otros medios personales privados.

«Pensamos en este momento -dice Pío XII- en tantos hombres y mujeres de toda condición, que ejercen en el mundo moderno las profesiones y cargos más diversos, y que, por Dios y para servirle en el prójimo, [1] le consagran su persona y toda su actividad. [2] Se comprometen a la práctica de los consejos evangélicos por medio de votos privados y secretos, conocidos sólo por Dios. Y en lo que toca a la sumisión de la obediencia y a la pobreza, [3] se hacen guiar por personas que la Iglesia ha juzgado aptas para este fin, y a quien ella ha confiado el encargo de dirigir a otros en el ejercicio de la perfección. Ninguno de los elementos constitutivos de la perfección cristiana y de una tendencia efectiva a su consecución falta en estos hombres y mujeres; participan, pues, verdaderamente de ella, aunque no estén encuadrados en ningún estado jurídico o canónico de perfección» (Disc. al Congreso de Estados de Perfección: AAS 1959, 36).

Una consagración personal al Señor, hecha a la justa medida de las personas, con una norma de vida, con unos votos privados o con otros vínculos semejantes, acogiéndose incluso a la guía de un director, es sumamente aconsejable a los laicos que de verdad tienden a la santidad, sean solteros o casados. Y es, quizá, especialmente deseable para aquellos cristianos jóvenes, aún indeterminados en su vocación. Ninguna preparación mejor que ésta para conocer pronto la vocación que Dios quiera darles, y para seguirla luego con fidelidad plena.

Caminos laicales de perfección - 7. Dirección espiritual - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


7. Dirección espiritual


Es cuestión de humildad

Para la edificación de una vida cristiana perfecta el fundamento indudable es la humildad. Por eso, cuando un religioso sigue camino de perfección, sujetándose a las reglas de una determinada Orden religiosa, obligándose a ellas con votos, y sujetándose a la obediencia de unos superiores, lo hace porque es consciente de la debilidad de su carne, y para neutralizar las grandes fuerzas contrarias del mundo y del demonio; es decir, profesa la vida religiosa fundamentalmente movido por una gran humildad. Sin esa humildad, no aceptaría el religioso sujetar su vida a tantos vínculos. No lo creería necesario para aspirar realmente a la perfección.

Por eso, las Iglesias locales más humildes florecen en numerosas vocaciones religiosas, mientras que en las más soberbias se dará necesariamente una escasez extrema de tales vocaciones.

De modo semejante, en la búsqueda de la perfección cristiana, necesita el laico cristiano una gran humildad para sujetarse, incluso con ciertos vínculos obligatorios, a una determinada regla de vida personal o comunitaria, y a la guía de un director. Sin esta gran humildad fundamental, los cristianos procurarán tender hacia la santidad «por libre»: sin camino, a campo traviesa; sin ningún tipo de votos, impulsando uno a uno cada acto cada día; solo, sin compañeros de camino; sin guías, sin un superior o un director espiritual.

Caminos laicales de perfección - 6. Oración, ayuno y limosna - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


6. Oración, ayuno y limosna


Materia de reglas y votos

El cristiano, personal o comunitariamente, puede comprometerse con Dios mediante reglas y votos en una gran variedad de materias. Ya lo vimos antes, al dar algunos ejemplos. En realidad, cualquier aspecto de la vida puede ser sujeto a regla o voto. Sin embargo, estas obligaciones no suelen establecerse en relación a aquellas obras -como el trabajo de cada día- que ya vienen urgidas por el mismo mundo. En orden a la perfección espiritual, esas obras habrán de ser bien hechas, pero no suele haber problema para que, bien o mal, sean hechas.

En cambio, será muchas veces conveniente ayudar con regla y voto aquellas obras que, siendo urgidas por Dios y no por el hombre, se quedan con frecuencia sin hacer. Sobre éstas, pues, suelen versar las reglas y los votos, tanto de religiosos como de seglares. Y como ya vimos, convendrá en concreto obligarse establemente a aquellas obras buenas que, siendo asequibles y muy convenientes a la persona, y habiendo signos de que Dios quiere concedérselas, no acaban de salir adelante con una constancia aceptable sin la ayuda de ley o voto.


Pobreza, obediencia y castidad

El campo normal de los votos en los religiosos son los tres consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia, éste último, el mayor y principal. Tanta fuerza tienen estos tres consejos en la tradición eclesial de los estados de perfección, que, de hecho, no pocas asociaciones de laicos han buscado también la perfección evangélica, y no pocas veces la han encontrado, estableciendo ciertos compromisos en estos mismos tres consejos de Cristo.

No hay, por supuesto, en esto nada que objetar; aunque no se nos escapa que esos tres consejos -que sin duda todo cristiano laico debe vivir en espíritu- ofrecen ciertas dificultades al configurarse en compromisos concretos para los laicos.

Caminos laicales de perfección - 5. Votos - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


5. Votos


Diversos compromisos personales

Puede el hombre comprometerse con otros hombres, y lo hace por medio de contratos, en el vínculo matrimonial, en tratados internacionales, etc. De este modo, un solo acto, largamente preparado, y realizado con especial conciencia y fuerza de libertad, condiciona toda una serie de actos sucesivos, orientándolos en una dirección constante.

También puede el hombre comprometerse con Dios, por medio de votos, de otros vínculos sagrados semejantes, o por la misma adscripción a una cierta asociación, que implica ciertos deberes en sus miembros; y de este modo, consciente y libremente, se obliga a cumplir ciertas obras o a seguir unas normas de vida.

Todas las religiones han conocido la emisión de ciertos votos -budismo, Egipto, Mesopotamia, Grecia, Roma, etc.-, y les han dado una gran variedad de nombres y de formas. Y también, dentro del gran pacto de la Alianza Antigua entre Yavé y el pueblo de Israel, los judíos piadosos establecen con frecuencia ciertos votos o pactos privados con Dios.

jueves, 15 de octubre de 2009

Caminos laicales de perfección - 4. Regla de vida - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu



4. Regla de vida



Hemos recordado antes cómo los religiosos, para mantener toda su vida orientada hacia Dios por el amor, se ayudan con una Regla de vida; en tanto que los laicos, por un cierto desorden hasta cierto punto inevitable de sus vidas, suelen verse desprovistos de este auxilio providencial. Pues bien, consideremos ahora en qué medida es aconsejable que los laicos se ayuden también con algún plan o regla de vida.


Es natural atenerse a una regla

Cuando un hombre pretende algo con verdadero interés —estudiar una carrera, aprender un idioma, ejercitarse en un deporte, sacar adelante un oficio o una profesión laboral, etc.—, en seguida sujeta su vida a regla en esa dirección: adquiere y ordena los medios que sean necesarios, organiza un horario, asegurando bien la protección diaria de ciertos tiempos, y se fija un calendario, de tal modo que su empeño cobre así estabilidad y constancia, y no se vea abandonado a las ganas personales, tan cambiantes, o a las circunstancias exteriores, más cambiantes todavía. De otro modo, es evidente, no saldrá adelante con su intento. Una persona, por ejemplo, que quiera aprender a tocar la guitarra, y en ratos sueltos, cuando no tiene otra cosa que hacer o cuando le viene en gana, se entretiene en rasguear sus cuerdas, nunca aprenderá a tocar decentemente ese instrumento. Para ello habría de dedicarse con más constancia y regularidad.

Pues bien, la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona y la eleva. Sin duda «es Dios quien da el crecimiento» espiritual (1 Cor 3, 7), por medio de la gracia divina. Pero la acción de la gracia no prescinde de los modos propios de ejercitarse la naturaleza humana, sino que, por el contrario, los suscita, los perfecciona y eleva. Hay gracias, ya lo sabemos, que Dios da al hombre en la vida mística al «modo divino», sin que éste colabore a ellas activamente, es decir, ejercitándose en ellas según sus modos naturales propios, con su pensamiento y voluntad. Pero en la fase ascética del camino de la perfección, que es en la que se halla la mayoría de los cristianos, el modo normal por el que Dios actúa en la persona es el «modo humano», en el que la gracia sobrenatural suscita la actividad del entendimiento (por la fe) y de la voluntad (por la caridad) en sus modos propios de ejercicio.

Según esto, no parece excesivo concluir que no pretenden seriamente la perfección evangélica aquellos cristianos que no se sujetan a una cierta disciplina, es decir, que no dan al intento de su voluntad la ayuda de un cierto plan o regla de vida.

Caminos laicales de perfección - 3. Consagraciones - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


3. Consagraciones


Noción general

La consagración hace sagrada una cosa o una persona, es decir, la dedica más inmediata y exclusivamente a Dios, vinculándola a Él de una manera especial. Según los casos, esta dedicación positiva puede implicar un apartamiento negativo, mayor o menor, del uso común profano de esa criatura -un cáliz, un templo, una persona-.

Eso nos hace ver la proximidad del término consagrar a:

-Sacrificar, hacer sagrado, «sacrum facere». Pero en el término sacrificio hay una connotación de destrucción e inmolación, realizada de uno u otro modo, que no está igualmente presente en la idea de consagración.

-Ofrecer algo viene a equivaler a consagrarlo especialmente a Dios, a la Virgen: «yo me ofrezco del todo a ti.... y te consagro en este día mis ojos, mis oídos», etc.

-Dedicar es muy semejante a consagrar. Por ejemplo, la consagración de un templo o de un altar se encuentra en el Ritual litúrgico de la dedicación de iglesias y altares. Y la dedicación total de una mujer soltera al Señor se contiene actualmente en el Ritual de consagración de vírgenes. Para San Cipriano (+258), por ejemplo, vírgenes son las cristianas solteras dedicadas (dicatæ), es decir, consagradas, a Cristo.

Según esto, en el orden de las personas, es claro que la consagración significa una especial ofrenda, oblación, entrega, donación y dedicación a Dios. De estas consagraciones personales, y en el ámbito sobre todo de la vida cristiana laical, trataré en lo que sigue.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Caminos laicales de perfección - 2. La santificación de los laicos en el mundo - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu



2. La santificación de los laicos en el mundo



Permaneciendo en el mundo, la vida entera de los laicos ha de ir haciéndose santificante para ellos. Y concretamente estas dimensiones, que son las coordenadas más peculiares de la vida laical: el matrimonio y la familia, el trabajo y la renovación del mundo secular.


Matrimonio y trabajo

«Creó Dios al hombre a imagen suya, y los creó varón y mujer; y los bendijo Dios, diciéndoles: "procread y multiplicaos y henchid la tierra [familia]; sometedla y dominad [trabajo] sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre los ganados y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra"» (Gén 1, 27-28). Este designio grandioso del Creador del universo va a cumplirse plenamente en Cristo, en la Iglesia, en los laicos cristianos.

En efecto, la familia, el trabajo y todo el orden secular se vieron degradados por el pecado, y quedaron sumidos en la sordidez de la maldad y del egoísmo (Vat. II, GS 37). Pero Cristo sanó todas esas realidades temporales, haciendo de ellas el marco de una vida admirable, santa y santificante, destinada a crecer hasta la perfección evangélica (38).

«Los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortalecidos y como consagrados por un sacramento especial, con cuya fuerza, al cumplir su misión conyugal y familiar, animados del espíritu de Cristo, que penetra toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios» (GS 48b). El matrimonio y la familia son, por tanto, en este sentido, un estado de perfección.

Caminos laicales de perfección - 1. Vocación universal a la santidad - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


1. Vocación universal a la santidad
 


Verdad fundamental de la fe

Cuando Jesús exhorta a todos sus discípulos: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48), prolonga la norma antigua: «Sed santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo» (Lev 20, 26). Pero Cristo da ahora a ese imperativo un nuevo acento filial. En efecto, el Padre celestial nos «ha predestinado a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste [como nuevo Adán, cabeza de una nueva humanidad] venga a ser primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29). Así pues, «ésta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1 Tes 4, 3).

No quiere nuestro Padre divino tener unos hijos que inicien su desarrollo en la vida de la gracia, para quedarse después fijos en la mediocridad de una vida espiritual incipiente, limitada, crónicamente infantil. Por el contrario, Él quiere que todos, bajo la acción de su Espíritu Santo, vayamos creciendo «como varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo, para que ya no seamos como niños» (Ef 4, 13-14). Con ese fin Cristo se hizo hombre, murió por nosotros, resucitó, ascendió a los cielos y nos comunicó el Espíritu Santo, para que tuviésemos «vida, vida sobreabundante» (Jn 10, 10). Y no para que languideciéramos indefinidamente en una vida espiritual débil, sin apenas crecimientos notables. Así pues, «purifiquémonos de toda mancha de nuestra carne y nuestro espíritu, realizando el ideal de la santidad en el respeto de Dios» (2 Cor 7, 1).

«Éste es el más grande y primer mandamiento» (Mt 22, 38): «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente» (Lc 10, 27; Dt 6, 5). Ahora bien, si ése es el mandato fundamental que recibe todo cristiano, y la santidad consiste precisamente en la plenitud del amor a Dios, es bien evidente que todos los cristianos están llamados a ser santos, lo mismo los laicos, que los sacerdotes y religiosos (Vat.II, LG cap. V).

Caminos laicales de perfección - Índice e Introducción - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


Comenzamos, con esta primer entrega, a reproducir el libro del P. José María Iraburu "Caminos laicales de Perfección". En un tiempo de crisis y confusión viene muy bien meditar en estos caminos. Ojalá sean de provecho y nos ayuden a alcanzar la perfección cristiana: la santidad.
Para acceder al contenido de cada capítulo, haga click sobre el título.


Índice


   Introducción

   1. Vocación universal a la santidad
Verdad fundamental de la fe -La santidad, fin único -No pretender dos fines -¿Verdad sabida?

   2. La santificación de los laicos en el mundo
Matrimonio y trabajo -La renovación del orden temporal -buscar la santidad en el mundo - Libres del mundo - Las tentaciones de la vida en el mundo - El bien dificultado y el mal facilitado - La armadura de Dios - Caminar rectamente por caminos torcidos: - 1-. con actos intensos, - 2-. con la cruz a cuestas, - Rectificar los caminos torcidos, - Por sus frutos los conoceréis, - Laicos y religiosos, - Ejemplaridad de los religiosos - Renuncia final de los laicos al mundo - La santidad perfecta de una ofrenda permanente - ¿Y es éste un camino suficiente para la perfección?

   3. Consagraciones
Noción general - Consagración bautismal - Consagraciones litúrgicas - Consagraciones privadas - Historia, - Consagración al Corazón de Jesús - Consagración al Corazón Inmaculado de María, - Consagraciones, reglas de vida y votos

   4. Regla de vida
Es natural atenerse a una regla - Andando sin camino - Conviene andar por un camino - La alergia luterana a la ley - La alergia liberal a la ley - El amor católico a la ley - Los religiosos buscan la perfección sujetándose a una Regla - La regla de vida en los laicos - Por la regla de vida se establece una alianza con Dios - La victoria sobre los tres enemigos - Planes y reglas de vida personales o comunitarios - Fidelidad y flexibilidad - Fidelidad a la norma y santo abandono - Modificación de las normas - Andar sin camino

   5. Votos
Diversos compromisos personales - El voto en la Iglesia - Materia del voto - Obligación - Una alianza sagrada - Los tres valores fundamentales del voto - El voto inaugura una fuente que manará continuamente - Los actos buenos que han de hacerse uno a uno - Algunas observaciones complementarias - Modificaciones del voto - Errores - Valoración actual de los votos - Los santos ante las Reglas y votos privados - Conveniencia ayer y hoy de reglas de vida y votos laicales

   6. Oración, ayuno y limosna
Materia de reglas y votos - Pobreza, obediencia y castidad - Oración, ayuno y limosna - Tradición patrística y pastoral - Tres claves decisivas para el crecimiento espiritual - Algunos ejemplos para obligarse con Dios - Armas poderosas para tiempos de grandes batallas

   7. Dirección espiritual
Es cuestión de humildad - La dirección espiritual - Magisterio apostólico - Valor grande del ministerio de dirección - Cualidades del director: - 1. Ciencia - 2. Experiencia - 3. Oración - 4. Discernimiento adquirido y carismático - 5. Comunicar la propia vida - 6. Guardar la libertad del cristiano en la docilidad al Espíritu Santo - Actitudes principales del dirigido: - 1. Voluntad firme de santidad - 2. Espíritu de fe para ver a Cristo en el director - 3. Sinceridad - 4. Obediencia - Una cosa es el acompañamiento espiritual - Otra cosa es la dirección espiritual - . Entre acompañamiento y dirección - . Dirección espiritual de laicos - En espíritu de obediencia - Voto de obediencia al director - La fuerza acrecentadora de la autoridad y de la obediencia - Todo es gracia

   Final
Laicos con muchas ayudas - Laicos con pocas ayudas - Muchas ayudas posibles - Algunos ejemplos - ¿Fundadores? - Conviene hoy todo esto - Cristianos que sobreviven - «Estáse ardiendo el mundo...», - El que pueda entender, que entienda

   Obras citadas

* * *


Introducción


Todos los cristianos están llamados a la perfección evangélica, es decir, a la santidad. Y todos están llamados a santificarse por una conformidad amorosa con la voluntad de Dios, afirmada día a día mediante la fidelidad y el abandono. En efecto, en la fidelidad incondicional a lo que Dios quiere -voluntad divina claramente significada por la fe y los mandamientos- y en el abandono confiado a lo que Dios quiera -voluntad divina manifestada en las circunstancias cambiantes de la vida-, el cristiano halla, por las pequeñas cosas de cada día, su camino fundamental hacia la santidad. Y esta vía principal de perfección es común a sacerdotes, religiosos y laicos.

¿Pero en esa fidelidad y abandono a las cosas pequeñas o grandes de la vida ordinaria puede hallarse estrictamente un camino?... Ésta es una cuestión más bien verbal. Pero un «camino» implica unos medios predeterminados, bien conocidos y previsibles, en orden a un fin. Por eso, en este sentido más estricto de la palabra, solamente suele hablarse de camino de perfección cuando el cristiano -precisamente para santificarse de verdad a través de las cosas de cada día-, asume voluntariamente, y de modo habitual, un conjunto de medios intensos y explícitos de santificación. Así lo hacen los religiosos, y por eso reconoce la Iglesia su vida como un estado de perfección.

En este sentido, desde el principio de nuestro estudio tendré siempre en cuenta el paralelismo fundamental que existe entre los religiosos y los laicos: unos y otros son humanos, unos y otros son cristianos necesitados de ayudas análogas, y todos ellos han de tender, bajo la moción de la gracia, hacia la perfecta santidad.


domingo, 4 de octubre de 2009

Testamento - San Francisco de Asís

Testamento
San Francisco de Asís


En el día de san Francisco de Asís, reproducimos su "Testamento" espiritual.


El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo.

Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Después, el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana, por el orden de los mismos, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad.

Y a éstos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos al Hijo de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros. Y quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos. Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera que los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honroso. Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida.

Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me enseñaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó. Y aquellos que venían a tomar esta vida, daban a los pobres todo lo que podían tener; y estaban contentos con una túnica, forrada por dentro y por fuera, el cordón y los paños menores. Y no queríamos tener más. Los clérigos decíamos el oficio como los otros clérigos; los laicos decían los Padrenuestros; y muy gustosamente permanecíamos en las iglesias. Y éramos iletrados y súbditos de todos.

Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en trabajo que conviene al decoro. Los que no saben, que aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad. Y cuando no se nos dé el precio del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Señor me reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz.

Guárdense los hermanos de recibir en absoluto iglesias, moradas pobrecillas y todo lo que para ellos se construya, si no fueran como conviene a la santa pobreza que hemos prometido en la Regla, hospedándose allí siempre como forasteros y peregrinos. Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, dondequiera que estén, no se atrevan a pedir documento alguno en la Curia romana, ni por sí mismos ni por interpuesta persona, ni para la iglesia ni para otro lugar, ni con miras a la predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, cuando en algún lugar no sean recibidos, huyan a otra tierra para hacer penitencia con la bendición de Dios.

Y firmemente quiero obedecer al ministro general de esta fraternidad y al guardián que le plazca darme. Y del tal modo quiero estar cautivo en sus manos, que no pueda ir o hacer más allá de la obediencia y de su voluntad, porque es mi señor. Y aunque sea simple y esté enfermo, quiero, sin embargo, tener siempre un clérigo que me rece el oficio como se contiene en la Regla. Y todos los otros hermanos estén obligados a obedecer de este modo a sus guardianes y a rezar el oficio según la Regla. Y los que fuesen hallados que no rezaran el oficio según la Regla y quisieran variarlo de otro modo, o que no fuesen católicos, todos los hermanos, dondequiera que estén, por obediencia están obligados, dondequiera que hallaren a alguno de éstos, a presentarlo al custodio más cercano del lugar donde lo hallaren. Y el custodio esté firmemente obligado por obediencia a custodiarlo fuertemente día y noche como a hombre en prisión, de tal manera que no pueda ser arrebatado de sus manos, hasta que personalmente lo ponga en manos de su ministro. Y el ministro esté firmemente obligado por obediencia a enviarlo con algunos hermanos que día y noche lo custodien como a hombre en prisión, hasta que lo presenten ante el señor de Ostia, que es señor, protector y corrector de toda la fraternidad.

Y no digan los hermanos: "Esta es otra Regla"; porque ésta es una recordación, amonestación, exhortación y mi testamento que yo, hermano Francisco, pequeñuelo, os hago a vosotros, mis hermanos benditos, por esto, para que guardemos más católicamente la Regla que hemos prometido al Señor.

Y el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados por obediencia a no añadir ni quitar en estas palabras. Y tengan siempre este escrito consigo junto a la Regla. Y en todos los capítulos que hacen, cuando leen la Regla, lean también estas palabras. Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente por obediencia que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras diciendo: "Así han de entenderse". Sino que así como el Señor me dio el decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, así sencillamente y sin glosa las entendáis y con santas obras las guardéis hasta el fin.

Y todo el que guarde estas cosas, en el cielo sea colmado de la bendición del altísimo Padre y en la tierra sea colmado de la bendición de su amado Hijo con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo, hermano Francisco, pequeñuelo, vuestro siervo, os confirmo, todo cuanto puedo, por dentro y por fuera, esta santísima bendición.



viernes, 2 de octubre de 2009

La orientación de la Liturgia según la ley vigente - Gero Weishaupt

La orientación de la Liturgia según la ley vigente
Padre Gero Weishaupt


El Padre Gero P. Weishaupt, latinista y canonista, perito del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, escribió algunas consideraciones acerca de la dirección de la celebración de la Santa Misa. El blog The New Liturgical Movement presenta el texto en inglés, del cual ofrecemos la siguiente traducción.


***

La celebración “versus Deum” no es – junto con la Comunión en la boca y la lengua latina del culto – el sujeto de la “reforma de la reforma” de la liturgia deseada por el Papa Benedicto XVI, sino la implementación de la ley pertinente. Lo que está en juego es la corrección de un desarrollo equivocado después del Concilio Vaticano II.


Concilio Vaticano II

Es bien sabido que el Concilio Vaticano II no realizó ningún pronunciamiento acerca de la dirección de la celebración. Tampoco la constitución sobre la Liturgia Sacrosanctum Concilium prescribe nada sobre la construcción de nuevos altares. El primer documento no conciliar que dice algo al respecto es la instrucción Inter Oecumenici del 26 de septiembre de 1964 que, con sus normas, afirma ser una ejecución concreta de la constitución sobre la Liturgia. Conviene en primer lugar tomar el texto de la instrucción en latín, y luego una traducción:
“Præstat ut altare maius extruatur a pariete seiunctum, ut facile circumiri et in eo celebratio versus populum peragi possit..." (Sacra Congregatio Rituum [1964] 898, Nr. 91).

“Conviene que el altar mayor se construya separado de la pared, en orden a que se pueda girar fácilmente en torno a él y celebrar de cara al pueblo”.

La parte principal del texto es la separación del altar de la pared trasera (a pariete seiunctum).

Dos cosas llaman la atención en esta oración:

1. Solamente se hace una recomendación con respecto a la separación del altar de la pared trasera (præstat = conviene, es deseable).

2. Sólo se menciona una posibilidad de la celebración versus populum como el propósito de separar el altar de la pared trasera (ut ... possit = en orden a que ... uno pueda). En este caso, el ut es interpretado como un “ut” final (en orden a). Sin embargo, gramaticalmente es también posible una interpretación consecutiva: ut = de modo que. En este caso, tendría que traducirse como sigue:

“Conviene que el altar mayor se construya separado de la pared, de modo que se pueda girar fácilmente en torno a él y celebrar de cara al pueblo”.

Si se toma el ut como consecutivo, el [poder] caminar alrededor y [la forma de la] celebración serían una consecuencia de la separación del altar. Con este cambio en la lógica causal de la afirmación, la referencia a la celebración (versus populum) sería más debilitada. Lo que le interesa al legislador es la posibilidad de separar el altar de la pared, no la celebración versus populum. Esto último tiene menor importancia.

Cualquiera sea el caso, la instrucción de 1964 habla solamente de la posibilidad de la celebración hacia el pueblo. Por otra parte, no es de ninguna manera una prescripción. En otras palabras, la celebración versus populum es permitida por la Inter Oecumenici, pero no prescripta.


El Misal de Pablo VI (el llamado “uso ordinario del Rito Romano”)

Es consecuente con esto, por tanto, que las rúbricas del Missale Romanum del Papa Pablo VI (“Novus Ordo”) no asuman la celebración versus populum, sino la celebración versus orientem (a la que se hace referencia en forma inadecuada y teológicamente incorrecta como “la celebración de espaldas al pueblo”) cuando dicen que el sacerdote en el Orate, Fratres, en el Pax Domini, el Ecce Agnus Dei y el ritus conclusionis se vuelve hacia el pueblo. Esta indicación sería superflua si las rúbricas del Novus Ordo previesen la celebración versus populum. También el Misal post-conciliar de Pablo VI asume que el sacerdote celebra la Misa vuelto hacia el altar, y no hacia el pueblo. La tercera Editio Typica del Missale Romanum revisado conserva estas rúbricas (Missale Romanum [2002], Ordo Missæ, 515, No. 28, 600, No. 127, 601, No. 132 f., 603, No. 141).


La Institutio Generalis del año 2000

Finalmente, en este contexto, es pertinente la Institutio Generalis de la tercera Editio typica del Missale Romanum publicada para el estudio en el 2000. En el número 299 dice lo siguiente:

Altare extruatur a pariete seiunctum, ut facile cirumiri et in eo celebratio versus populum peragi possit, quod expedit ubicumque possibile est.

“Constrúyase el altar separado de la pared, en orden a que” (o “de modo que”) “se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda realizar de cara al pueblo, lo cual conviene que sea posible en todas partes”

En contraste con la instrucción Inter Oecumenici de 1964, la Institutio Generalis del 2000 añade y explica que la construcción del altar separado de la pared es útil y beneficiosa (expedit). El beneficio se refiere a la posición del altar, no a la dirección de la celebración. De ésta sólo se dice que es posible si se separa el altar de la pared (peragi possit). Aquí tampoco, entonces, se expresa ningún requerimiento de la celebración de cara al pueblo.

Esto significa que no hay ninguna obligación de celebrar versus populum. Esto queda también claro de una respuesta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del 25 de septiembre del 2000: “En primer lugar, debe tenerse en mente que la palabra expedit no constituye una obligación, sino una sugerencia que se refiere a la construcción del altar a pariete sejunctum [no adosado a la pared] y a la celebración versus populum”. La Congregación también explica: “La cláusula ubi possibile sit [donde sea posible] se refiere a diferentes elementos como, por ejemplo, la topografía del lugar, la disponibilidad de espacio, el valor artístico del altar existente, la sensibilidad de las personas que participan en las celebraciones en una iglesia particular, etc.”. La Institutio Generalis del 2000 considera la celebración versus populum como una posibilidad, sin excluir la celebración versus orientem.


Conclusión

Legalmente, por tanto, la celebración versus orientem es la forma normal de la celebración. Por razones de espacio o arquitectónicas, es posible disponer el altar separado de la pared, lo que hace posible la celebración hacia el pueblo, pero debe subrayarse que en tal altar, la celebración versus populum no es obligada, sino que se mantiene como una posibilidad.



jueves, 1 de octubre de 2009

Como San Wenceslao anteponer la santidad al bien terreno, alienta el Papa

Como San Wenceslao anteponer la santidad al bien terreno, alienta el Papa


PRAGA, 28 Sep. 09 (ACI).- Al celebrar hoy la Eucaristía por la fiesta de San Wenceslao en la Iglesia dedicada a él, festividad de toda la República Checa, el Papa Benedicto XVI recordó que, como este mártir del siglo X, es necesario anteponer el anhelo de santidad a la búsqueda del bien terreno.

En la explanada de Melnik y tras la adoración del Santísimo y de la veneración de las reliquias del Santo, el Santo Padre celebró la Misa. En su homilía aseguró que Wenceslao era "un modelo de santidad para todos, especialmente para los que guían las suertes de las comunidades y de los pueblos. Pero nos preguntamos, en nuestros días, ¿la santidad sigue siendo actual? ¿No interesan más el éxito y la gloria terrena? ¿Y cuánto duran y cuanto valen ambos?".

"El siglo pasado –y vuestra tierra es testigo– ha visto caer no pocos potentes, que parecían haber llegado a alturas casi inalcanzables. De improviso se han encontrado privados de su poder. Los que niegan y siguen negando a Dios y, en consecuencia, no respetan al ser humano, parecen tener una vida fácil y lograr el éxito material. Pero basta rascar la superficie para constatar que en esas personas hay tristeza e insatisfacción", continuó.

Benedicto XVI explicó que "solo los que conservan en el corazón el santo 'temor de Dios' confían también en el ser humano y dedican su existencia a la construcción de un mundo más justo y fraternal. Hoy hacen falta personas que sean 'creyentes' y 'creíbles', dispuestas a difundir en todos los ámbitos de la sociedad los principios e ideales cristianos en que se inspira su acción. Esa es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que lleva a cumplir el propio deber con fidelidad y valor, mirando no al propio interés egoísta, sino al bien común y buscando siempre la voluntad divina".

Citando el Evangelio de hoy, en el que Cristo pronuncia las palabras: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?", el Santo Padre subrayó que el valor auténtico de la existencia humana "no se mide solo con bienes terrenos e intereses pasajeros porque no son las realidades materiales las que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad encerrada en el corazón de cada persona. Por eso, Cristo no vacila en proponer a sus discípulos el camino estrecho de la santidad".

Un camino que es posible seguir, como hicieron los santos, que con su ejemplo "alientan a quien se llama cristiano a ser creíble, es decir, coherente con los principios y la fe que profesa. No basta parecer buenos y honrados, es necesario serlo realmente".

Finalmente, el Papa afirmó que "esta es la lección de vida de San Wenceslao, que tuvo el valor de anteponer el reino de los cielos a la fascinación del poder terreno".



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