viernes, 16 de octubre de 2009

Caminos laicales de perfección - 6. Oración, ayuno y limosna - P. José María Iraburu

Caminos laicales de perfección
P. José María Iraburu


6. Oración, ayuno y limosna


Materia de reglas y votos

El cristiano, personal o comunitariamente, puede comprometerse con Dios mediante reglas y votos en una gran variedad de materias. Ya lo vimos antes, al dar algunos ejemplos. En realidad, cualquier aspecto de la vida puede ser sujeto a regla o voto. Sin embargo, estas obligaciones no suelen establecerse en relación a aquellas obras -como el trabajo de cada día- que ya vienen urgidas por el mismo mundo. En orden a la perfección espiritual, esas obras habrán de ser bien hechas, pero no suele haber problema para que, bien o mal, sean hechas.

En cambio, será muchas veces conveniente ayudar con regla y voto aquellas obras que, siendo urgidas por Dios y no por el hombre, se quedan con frecuencia sin hacer. Sobre éstas, pues, suelen versar las reglas y los votos, tanto de religiosos como de seglares. Y como ya vimos, convendrá en concreto obligarse establemente a aquellas obras buenas que, siendo asequibles y muy convenientes a la persona, y habiendo signos de que Dios quiere concedérselas, no acaban de salir adelante con una constancia aceptable sin la ayuda de ley o voto.


Pobreza, obediencia y castidad

El campo normal de los votos en los religiosos son los tres consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia, éste último, el mayor y principal. Tanta fuerza tienen estos tres consejos en la tradición eclesial de los estados de perfección, que, de hecho, no pocas asociaciones de laicos han buscado también la perfección evangélica, y no pocas veces la han encontrado, estableciendo ciertos compromisos en estos mismos tres consejos de Cristo.

No hay, por supuesto, en esto nada que objetar; aunque no se nos escapa que esos tres consejos -que sin duda todo cristiano laico debe vivir en espíritu- ofrecen ciertas dificultades al configurarse en compromisos concretos para los laicos.


Oración, ayuno y limosna

Más conforme a la sagrada Escritura, a la Tradición y a la disciplina de la Iglesia parece, sin embargo, buscar la materia de obligación espiritual para los laicos en la tríada penitencial: oración, ayuno y limosna.

Enseña Pablo VI que la Iglesia ha visto siempre «en la tríada tradicional oración-ayuno-caridad las formas fundamentales para cumplir con el precepto divino de la penitencia» (const. apost. Poenitemini 1966, 60). En otras palabras: la penitencia, es decir, la conversión de lo malo a lo bueno, y de lo bueno a lo mejor, se produce en los cristianos fundamentalmente por el camino de la oración, el ayuno y la limosna -los Padres a veces, en vez de limosna, dicen caridad o misericordia-.

Ésta es la convicción que expresa la liturgia al orar: «Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que nos otorgas remedio para nuestros pecados por medio del ayuno, la oración y la limosna, mira con amor a tu pueblo penitente, y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas» (Or. 3 dom. cuaresma).

Nuestro Señor Jesucristo, no por casualidad, en el Sermón del Monte, que es como el corazón de su evangelio, enseñó a todos sus discípulos cómo hay que orar, cómo conviene ayunar y cómo se debe hacer limosna (Mt 6, 1-18). Son las tres dimensiones fundamentales de la vida espiritual según la Revelación bíblica:«Buena es la oración con el ayuno, y la limosna con la justicia» (Tob 12, 8; Jdt 8, 5-6; Dan 10, 3; Lc 2, 37; 3, 11). Y en el desierto, Nuestro Salvador confirma esta tradición ascética, uniendo oración y ayuno durante cuarenta días (Mc 1, 13; Ex 24, 18).

Y en la Iglesia primera, oraciones, ayunos y limosnas vienen a formar el marco fundamental de la vida cristiana (Hch 2, 44; 4, 32-37; 10, 2. 4. 31; 13, 2-3; 14, 23; 1 Cor 9, 25-27; 2 Cor 6, 5; 11, 27).


Tradición patrística y pastoral

Los Padres de la Iglesia y los concilios organizaron la vida del pueblo cristiano precisamente con oraciones (misa dominical y rezo de Horas), ayunos (días penitenciales) y limosnas (diezmos y primicias), considerando que ese triple ejercicio establece el espacio espiritual más favorable para el crecimiento de la vida en Cristo. Y aunque las explicaciones de la tríada sagrada que hallamos en la tradición antigua no siempre coinciden, siempre son convergentes y complementarias. Más o menos todas ellas enseñan que por la oración el hombre se vuelve a Dios, por el ayuno se libera del mundo, y por la limosna se vuelve en caridad y misericordia hacia los hombres.

Véase, por ejemplo, este hermoso texto de San León Magno: «Tres cosas pertenecen principalmente a las acciones religiosas: la oración, el ayuno y la limosna, que se han de realizar en todo tiempo, pero especialmente en el tiempo consagrado por las tradiciones apostólicas [adviento, cuaresma], según hemos recibido. Pues por la oración se busca la propiciación de Dios, por el ayuno se apaga la concupiscencia de la carne, por las limosnas se perdonan los pecados (Dan 4, 24). Por todas estas cosas juntamente se restaura en nosotros la imagen de Dios, si estamos siempre preparados para la alabanza divina, si somos incesantemente solícitos para nuestra purificación, y si constantemente procuramos la sustentación del prójimo. Esta triple observancia, amadísimos, sintetiza los afectos de todas las virtudes, nos hace llegar a la imagen y semejanza de Dios y nos hace inseparables del Espíritu Santo. Porque en las oraciones permanece la fe recta; en los ayunos, la vida inocente, y en las limosnas, la benignidad» (Hom. 1ª sobre el ayuno en diciembre 4).

En la tríada sagrada, oración-ayuno-limosna no son, por supuesto, exclusivamente penitenciales, sino que son las tres obras principales de la vida en el Espíritu Santo: en relación a Dios y al prójimo, por la caridad (oración y limosna), y respecto al mundo (ayuno). Así San Pedro Crisólogo (+450) dice: «Tres son, hermanos, tres las cosas por las cuales dura la fe, subsiste la devoción, permanece la virtud: oración, ayuno y misericordia. Oración, misericordia y ayuno son tres en uno, y se dan vida mutuamente» (ML 52, 320). Esta última afirmación -«se dan vida mutuamente»- es una gran verdad, sobre la que he de volver en seguida.

Es cierto, en todo caso, que la tríada penitencial produce la conversión perfecta del hombre a Dios y la completa expiación por los pecados. Así explica con razones profundas Santo Tomás la conversión del pecador a Dios por esta triple vía: «La satisfacción por el pecado debe ser tal que por ella nos privemos de algo en honor de Dios. Ahora bien, nosotros no tenemos sino tres clases de bienes: bienes de alma, bienes de cuerpo, y bienes de fortuna o exteriores. Nos privamos de los bienes de fortuna por la limosna; de los bienes del cuerpo por el ayuno; en cuanto a los bienes del alma no conviene que nos privemos de ellos, ni en cuanto a su esencia, ni disminuyéndolos en cantidad, ya que por ellos nos hacemos gratos a Dios; lo que debemos hacer es entregarlos totalmente a Dios, y esto se hace por la oración» (STh Sppl 15, 3).


Tres claves decisivas para el crecimiento espiritual

Ciertamente, si una persona asegura por la oración su relación con Dios, por el ayuno su libertad del mundo, y por la limosna su caridad al prójimo, en esa triple coordenada hallará el espacio de gracia más idóneo para su crecimiento en Cristo. Siempre, por supuesto, considero aquí la tríada sagrada para la conversión en un sentido muy amplio. Es la perspectiva en la que se sitúa Juan Pablo II al hacer notar que «oración, limosna y ayuno han de ser comprendidos profundamente. No se trata aquí sólo de prácticas momentáneas, sino de actitudes constantes, que imprimen a nuestra conversión a Dios una forma permanente» (14-III-1979; 21-III-1979).

El ayuno es restricción del consumo del mundo, es privación del mal, y también privación del bien, en honor de Dios. Hay que ayunar de comida, de gastos, de viajes, de vestidos, lecturas, noticias, relaciones, televisión y prensa, espectáculos, actividad sexual (1 Cor 7, 5), de todo lo que es ávido consumo del mundo visible, moderando, reduciendo, simplificando, seleccionando bien. La vida cristiana es, en el más estricto sentido de la palabra, una vida elegante, es decir, una vida personal, desde dentro, que elige siempre y en todo; lo contrario, justamente, de una vida masificada y automática, en la que las necesidades, muchas veces falsas, y las pautas conductuales, muchas veces malas, son impuestas por el ambiente, desde fuera. Es únicamente en esta vida elegante del ayuno donde puede desarrollarse en plenitud la pobreza evangélica.

La oración hace que el hombre, liberado por el ayuno de una inmersión excesiva en el mundo, se vuelva a Dios, le mire y contemple, le escuche y le hable, lea sus palabras y las medite, se una con él sacramentalmente, celebre con alegría una y otra vez los misterios sagrados de la Redención. Pero sin ayuno, sin ayuno del mundo, si se está cebado en sus estímulos y atractivos, no es posible la oración. Es el ayuno del mundo lo que hace posible el vuelo de la oración. Cualquiera que tenga oración sabe eso por experiencia. Y a su vez, sin oración, sin amistad con el Invisible, no es psicológica ni moralmente posible reducir el consumo de lo visible. Es la oración la que posibilita el ayuno y lo hace fácil.

La limosna, finalmente, hace que el cristiano se vuelva al prójimo, le conozca, le ame, le escuche, le dé su tiempo y su atención, y le preste ayuda, consejo, presencia, dinero, casa, compañía, afecto. Pero difícilmente está el hombre disponible para el prójimo si no está libre del mundo y encendido en el amor de Dios. El cristiano sin oración, cebado en el consumo de criaturas, no está libre ni para Dios por el ayuno, ni para los hombres por la limosna. Está preso del mundo, está perdido, está muerto.

Ya se ve, según esto, cómo oración, ayuno y limosna se posibilitan y exigen mutuamente, forman un triángulo perfecto, en el que cada lado sostiene los otros dos, un triángulo sagrado que abre la vida del cristiano a todas sus dimensiones fundamentales. Por eso, digo, parece ser una doctrina tradicional en la Iglesia que oración, ayuno y limosna son los tres consejos evangélicos más adecuados para intensificar en los laicos su consagración a Dios por el bautismo.


Algunos ejemplos para obligarse con Dios

Hay muchas formas diversas, inspiradas por la gracia divina, para establecer determinados vínculos de compromiso obligatorio con Dios. Puede un cristiano adherirse a una asociación en la que hay, sin más, un reglamento de deberes. Puede afirmar con un voto su fidelidad a ese conjunto de deberes. Puede comprometerse con un acto de consagración personal a cumplir los estatutos de una asociación. Y si el cristiano no tiene la ayuda de una asociación, puede establecer él solo o con su director espiritual una regla de vida personal, comprometiéndose con voto a guardarla, o puede limitarse a realizar uno o dos votos, con la intención de asegurar una o dos cuestiones fundamentales de su vida espiritual. O también puede integrarse en una comunidad en la que todos sus miembros hacen ciertos votos, pero cada uno los suyos propios, según su gracia y sus posibilidades.

Las posibilidades, evidentemente, son muy diversas; cada una tiene sus ventajas e inconvenientes, y todas son buenas. En todo caso, cada laico cristiano que aspire de verdad a la santidad debe plantearse en conciencia la conveniencia de asegurar y estimular su vida espiritual con alguna de esas fórmulas de compromiso moral.

Aunque las obligaciones espirituales, libremente establecidas, pueden ordenarse útilmente de varios modos, como hemos visto, aquí sugiero algunas, como ejemplo, en torno a la tríada sagrada de la conversión cristiana:

-Oración. Misa diaria, o al menos comunión diaria. Preparación o meditación de la misa con un Misal de fieles. Confesión quincenal o mensual. Lectura espiritual. Ciertos actos diarios de consagración o devoción personal. Rezo del Ángelus y del Rosario, si es posible en familia, Laudes y Vísperas. Visitas al Santísimo, Adoración Nocturna. Dirección espiritual. Asistencia a Retiros, primeros Viernes, Ejercicios espirituales anuales. Jaculatorias y oración continua. Etc.

-Ayuno. Moderación total en comida, vestidos, sueño, cuidados corporales. Limitar curiosidades vanas, en charlas, medios de comunicación, lecturas. Uso de la televisión -no verla, no verla nunca solo, no ver sino lo elegido previamente en programa-. Austeridad en gastos y adquisiciones, eliminación de lujos, restricción o supresión de las ocasiones peligrosas -espectáculos, revistas, bailes, piscinas y playas, ciertos viajes-. Alejarse de costumbres mundanas -en planes de vacaciones, conducta entre novios-. Etc.

-Limosna. Dedicaciones de tiempo y de trabajo, en la familia, en el estudio, en el centro laboral. Ayudas materiales -económicas, serviciales- al prójimo. Posibles diezmos. Ayudas espirituales al prójimo, en casa, en catequesis, en la parroquia y otras asociaciones. Colaboración con grupos apostólicos o benéficos. Cuidado de ancianos y enfermos. Procura de familia numerosa. Servicios al bien común de la sociedad civil, de la Iglesia. Etc.


Armas poderosas para tiempos de grandes batallas

Volvamos a lo ya dicho: si los religiosos, con la aprobación de la Iglesia, buscan la perfección con la ayuda de reglas y votos, ¿podrán los cristianos pretender la perfección sin ayudarse con alguna manera de reglamentos, votos o vínculos semejantes? Cuando pueden acudir a estos medios -que no siempre podrán, es cierto- ¿no será falsa su aspiración hacia la santidad, si no quieren obligarse con Dios a nada, de ningún modo, aun siendo a veces bien conscientes de que el hacerlo les ayudaría mucho?

Por lo que se refiere a nuestra sagrada tríada, bien sabemos hasta qué punto la sociedad actual dificulta el ayuno, estimulando sin cesar al hombre a un consumo de criaturas cada vez más ávido y cuantioso; cómo dificulta la oración, cerrando el mundo secular a toda dimensión religiosa, captando la atención del hombre de mil maneras, distrayéndole de Dios, y cebándole obsesivamente en las criaturas; y cómo dificulta la limosna -por mucho que hable de solidaridad y de fórmulas análogas-, al haber cegado sus fuentes, que son la oración y el ayuno, y al estimular indefinidamente el consumo, creando innumerables necesidades inútiles y perjudiciales.

Pues bien, «si alguno tiene oídos, que oiga» (Mc 4, 23). No ha cambiado el Señor de idea. La liberación de los cristianos quiere hacerla hoy Jesucristo, como siempre, por el camino de la penitencia, es decir, por el camino de la oración, el ayuno y la caridad. No hay otra vía para salir de Egipto, atravesar el Desierto, y llegar a la luz, la paz y la alegría propias de la Tierra Prometida. No hay otra salida para los cristianos empantanados en el mundo. Es la de siempre, la enseñada por Cristo.






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